Soulverse: Inmortal (Prólogo)

Soulverse

domingo, 11 de mayo de 2008

Inmortal (Prólogo)


Este es el segundo libro que comenzamos en español. Su nombre Inmortal, en España sé que es el libro de Buffy más común, sin embargo en latinoamerica, por lo que me han dicho, ni la sombra.

Un poco sobre la novela:

Autor(es): Nancy Holder y Christopher Golden
Publicación: 1999, octubre
Páginas: 309
Género: horror

Sinopsis:
Ambientado en la tercera temporada. Veronique, la vampiro con una inmortalidad, particularmente, peculiar ha llegado a Sunnydale con el objetivo de convocar a un antiguo demonio llamado Triumvirate, para volverse TOTALMENTE inmortal. Pero esta no será la única preocupación de Buffy, puesto que su madre cae enferma de gravedad. Buffy tendrá que decidir qué es lo más importante ¿el mundo...o su madre?. Entre varias discusiones sobre la vida, la muerte y la inmortalidad, esta gran novela nos aventurará en el pasado de muchos personajes.

Todos los agradecimientos para Bangelita, quien nos trae este libro en español.

ahora sí, para leer el Prólogo de la novela, pincha en "leer más". Como siempre, sus comentarios son bien recibidos ^^ disfruten la lectura.



INMORTAL

PRÓLOGO.

La isla de Kefi era un lugar vacío, donde nada se agitaba salvo la cálida brisa del océano y los fantasmas de muertos polvorientos. Pero, al romper el alba, los espíritus se retiraban a reposar el resto del día, y sólo quedaba el viento. En ocasiones, éste era lo bastante fuerte como para hacer sonar las tres campanas que pendían, una cabalgando a las otras dos, de los blanqueados muros que se alzaban en el borde del pedregoso risco, asomado al mar de Creta.

A veces, tal y como sucedía en esta mañana, las campanas bastaban para llamar la atención de la presencia que rondaba por la mancillada iglesia construida en el risco. Hubo un tiempo en que los creyentes de la pequeña isla acudían allí a rezar, pero ya no había creyentes en Kefi.

La mente de Veronique susurró al cobrar vida entre las blancas paredes de la iglesia. Oyó las campanas, el viento azotando los podridos marcos vacíos de las ventanas y la resaca chocando contra las rocas de abajo. Lo que quedaba de ella -que, en verdad, apenas era algo mas que un espíritu, pero mucho mas que los recuerdos que se paseaban de noche por la isla- vagó entre los bancos de la iglesia en dirección a las puertas, tanto tiempo destrozadas.

Veronique no tenia ojos con los que ver el sol, pero, aun así, presenciaba su magnifica belleza. Atada como estaba a la iglesia, había presenciado el devenir de las décadas, y la luz del sol blanqueando la iglesia, sus cruces y la pequeña torre del campanario, hasta dotarla del color del hueso. Resultaba perversamente apropiado para algo tan quebradizo y muerto.

Cuando quedó atrapada aquí, ciento veintisiete años antes, el sol le pareció un don precioso, una novedad. Al tornarse sus huesos en polvo, su esencia no tenia porque temer los rayos del sol. Pero la novedad no tardó en dejar de serlo. El sol no era compensación suficiente por su libertad, por la capacidad de recorrer el mundo al servicio de sus amos.

había sido imprudente viniendo aquí, permitiendo que esa niña la condujera a un lugar tan remoto. El Triunvirato había castigado a Veronique por su imprudencia al encaminarse a esta isla sin ayuda alguna.
Pero esta mañana, esta última mañana, disfrutaba del fulgor del sol en el mar y cómo el mismo aire resplandecía por el calor sobre el blanco tajado de la iglesia. Sabia que su castigo estaba a punto de llegar a su fin. El Triunvirato volvía a necesitarla y, por tanto, perdonaría su vanidad y encontraría el modo de liberarla.
Le encontrarían un envoltorio, un cuerpo donde poder escanciar su esencia, para así poder volver a servirles.

Todas las profecías se estaban haciendo realidad, y las estrellas decían que había llegado la hora de que sus señores recorrieran la Tierra. Y Veronique seria su heraldo, anunciando el final del mundo, preparando el camino, llevando a cabo el ritual. Bautizaría el mundo con la sangre de sus victimas, en nombre del Triunvirato. Se alimentaría hasta que no pudiera tragar ni una gota mas de sangre.
Veronique no echaría de menos el sol. No cuando podía disfrutar de la luna.

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En la cubierta del Caribdis, Cheryl Yeates alzó una mano para protegerse los ojos del sol y estudió la creciente línea costera de Kefi. En un tiempo, el barco había sido un pesquero de arrastres, pero su propietario lo había modificado para hacer turismo por las islas griegas. Su aspecto y su olor hacían pensar que dicho cambio no había tenido lugar mucho tiempo antes.

-¿Tú que piensas, cariño?

Cheryl miró un instante más a la isla antes de volverse para mirar a su marido, Steve. El hombre estaba sentado a horcajadas en la proa, con una cerveza en la mano. Tenia la piel dolorosamente enrojecida, pelándose ya por algunas partes, por todos los días que llevaban viajando por Grecia. La piel de Cheryl ya era de un color marrón oscuro, pero parecía q Steve era incapaz de ponerse moreno. Se limitaba a quemarse, y a quemarse las quemaduras.

Con todo, lo soportaba bastante bien.

-No lo sé - respondió él-. Porque Dimitri insistió mucho; si no, no habría querido venir aquí. A mi no me pagana los días, ¿sabes?

Steve recogió las piernas, se puso de pie, procurando no resbalar en la cubierta, y se acercó hasta ella, sujetando la botella de cerveza a la altura del cuello. Pese a llevar gafas de sol, entrecerró los ojos para ver mejor la isla.

-No tienes que decirme nada -dijo a su esposa-. Ya nos hemos gastado la mitad de tu adelanto, y ya he utilizado todos los días de vacaciones de este año. Pero ha valido la pena, ¿no crees? Hacer esto contigo ha sido pasar la mejor época de mi vida.

Cheryl sonrió, negó con la cabeza y miró a su marido. Alargó la mano hacia él mientras el barco golpeaba una ola, y perdió el equilibrio. Cuando estaba a punto de caer por estribor, Steve la agarró y se dejó caer de rodillas, haciéndola caer con él. Cheryl se echó a reír, pese al miedo que había brotado momentáneamente en ella.

-¿Sabes lo que estaba a punto de decir? -preguntó él-. Que lo de ahogarnos podría acabar estropeándolo todo.

-Ha sido todo un viaje, ¿eh? -repuso ella, asintiendo para sus adentros. Menuda aventura.

-Frank y Julie dijeron que al tercer día nos llevaríamos a matar -le recordó Steve-. Llevamos siete semanas, cariño, y no quiero volver a casa. Ojalá no tuviéramos que hacerlo.

Cheryl asintió pesarosa.

-Bueno, entonces, no nos hará daño una aventurita más. ¡Diablos!, si casi hemos llegado. Podemos ir a ver lo que se puede ver.

Steve se volvió para mirar la isla, y Cheryl se sentó delante de él, apoyando la cabeza contra el pecho de él. Se sentía tan bien sólo con tenerlo a su lado. Y él tenía razón; les había costado mucho conseguir eso. Ese viaje les había devuelto el maravilloso recuerdo de lo que podían significar el uno para el otro cuando el mundo no se interponía en su camino. Él era un socio minoritario en un pequeño pero respetable bufete de abogados de Filadelfia. Ella no sólo acababa de licenciarse en antropología, sino que esa misma semana había firmado un contrato para escribir su primer libro. Iba a llamarse Mitos y Leyendas de Grecia: de la antigüedad al mundo moderno, y esperaba que fuera el primero de una larga serie.

Del mismo modo que esperaba que ésta sólo fuera la primera de una larga serie de aventuras con su marido.

-Veo algo. Dijo Steve, señalando.

De hecho, en lo alto del risco que tenían justo delante algo parecido a un edificio. Cuando Cheryl intentó enfocar la mirada, se dio cuenta de que no era sólo uno. había varios más, pequeños, salpicando la isla; todos del mismo blanco cegador que el primero.

-Debe de ser la aldea -dijo-. El edificio más grande podría ser la iglesia.

Mientras lo decía, pudo distinguir algo en lo alto de la cúpula blanca que parecía una cruz.

-Eso parece -admitió Steve. Hizo una pausa y besó a su mujer en la coronilla-. Es una historia un tanto siniestra, si es cierta.
Cheryl no podía estar más de acuerdo. Las leyendas locales sostenían que la isla de Kefi había sido atacada hacía más de un siglo por un bucolac, un vampiro. Los isleños la abandonaron un amanecer, llevándose consigo todo lo que podía flotar, y dejando al vampiro atrapado en la isla.

-Lo más fascinante era como variaba esa leyenda con respecto al resto de los relatos vampíricos. No sólo de Grecia, sino del mundo entero. Vamos, si se deja a un vampiro solo en una isla durante diez o doce décadas, es de suponer que se morirá de hambre, ¿no?; pues, según Dimitri, nadie ha pisado la isla en todo este tiempo, salvo algunos excursionistas diurnos. Vale que la isla esta en un pasaje remoto, pero no tanto.
Ahora que lo pensaba, Cheryl se alegraba de haber venido. Era un viaje muy largo para conseguir sólo una historia, pero era una rareza que añadiría algo de color al libro. Antes de ese viaje no había oído hablar de la isla; de hecho, ni siquiera la conocía antes de que Dimitri, el experto que conocieron en Atenas, le hablara de ella.

-Lo que no entiendo -dijo Steve- es por qué el vampiro no se limita a irse nadando.

Cheryl se volvió lo bastante como para pillarlo intentando disimular una sonrisa. Ella se rió y le dio un golpecito en el hombro.

-¿Qué pasa? -protestó él-. Es una pregunta razonable.

Ella se encogió de hombros.

-De acuerdo, tío listo, anda. ¿Alguna teoría al respecto?

-Sí, la verdad es que tengo una teoría -repuso Steve, burlón-. Los vampiros son básicamente cadáveres, ¿no?

Entonces no hay problema con que naden un poco. Pero si pasan demasiado tiempo en el agua, los peces empezarían a acudir y a pegarles un bocado aquí y allí. La carne muerta en el agua es, sencillamente, pasto para tiburones.

-Es asqueroso -dijo Cheryl, frunciendo el ceño.

-El libro es tuyo -le recordó Steve.

-Además, este vampiro es hembra, no varón.

-Me va gustando más esta excursión.

-Estoy segura de que si existieran de verdad, le encantarías a esas vampiras.

Steve se inclinó para besarla, enarcando mucho las cejas.

-¿Quieres chuparme la sangre? -preguntó.

-Ya lo veremos -replicó ella, devolviéndole el beso.

Poco tiempo después, la pareja contemplaba en silencio cómo se acercaba el barco a la isla. El capitán, un griego delgado y musculoso llamado Konstantin, salió un momento de la cabina para informarles de que atracarían en una pequeña cala del este, donde los riscos se tornaban suaves colinas.

Circundaron la costa un poco, hasta perder de vista la iglesia. Cuando el capitán echó anclas, Steve se volvió hacia Cheryl con una extraña mirada en la cara.

-¿Qué? -preguntó ella.

-¿Seguro que hace falta que pasemos aquí la noche?

-No tendría una gran historia si no lo hiciéramos - repuso ella, sonriendo-. ¿Por qué? ¿Tienes miedo?

-No, es que no resulta muy romántico con Konstantin de carabina.

Cheryl miró al capitán, que bajaba la chalupa por un costado del barco.

-Él no viene con nosotros -dijo ella-. Se quedará en el barco. Vamos a ir solitos.

-Estupendo -murmuró Steve.

No hablaron mientras dejaban caer las mochilas en la chalupa y se deslizaban sobre la borda.

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Cheryl había sacado algunas fotos extraordinarias. El paisaje era precioso, y la vista del océano desde lo alto del risco, junto a la iglesia, dejaban sin aliento. Pero lo que quedaba de la aldea en si era escalofriante. Fantasmal. La isla iba a haberse convertido en un balneario o algo parecido, pero , en vez de eso, era un pueblo fantasma.

-Me siento como si fuera el último hombre sobre la faz de la Tierra -dijo Steve en voz baja.

Ella se volvió para ver a su marido parado junto a una pequeña estructura que albergaba un trío de campanas. Estaban extrañamente libres de herrumbre, y cuando Steve tiró de ellas, los badajos se agitaron en su interior, resonando con claridad. El sonido llegó hasta las agujas de abajo.

Cheryl subió tras él.

-Si eso significa que soy la última mujer de la Tierra, creo que he tenido mucha suerte al acabar aquí contigo.

Él se volvió y se abrazaron. Cheryl le besó, pero ella sentía como si Steve le ocultara algo. Algo acechaba tras esos ojos azules, y no sabía lo que era.

-Eh -dijo-. ¿Te encuentras bien?

-Estoy bien -aseguró él-. Es que… esto está tan remoto. Tan lejos de nadie más. Mira el horizonte.

Ella así lo hizo.

-¿Qué no ves?

-¿Tierra?

-Aparte de eso.

-Barcos. No veo ningún barco.

-Justo -asintió Steve-. No es sólo que a este lugar no venga nadie. Es que nadie se acerca por este sitio. Pero aquí estamos nosotros… -Se giró para mirar la iglesia, con los brazos levantados-. Me siento como si profanáramos un cementerio o algo así. Como si volcáramos lapidas.

Cheryl se rió.

-Estamos sacando fotos, Steve. Vamos. ¿De verdad estás tan impresionado?

Él bajó la mirada, se mordió pensativo el labio y asintió.

-Sí que lo estoy.- Entonces se volvió para mirarla e hizo un gesto hacia la cámara-. ¿Tienes ya todo lo que querías?

Ella lo pensó un momento. Habían estado en varias casas y recorrido la iglesia. Ya tenía muchas fotos y, de todos modos, cada vez había menos luz. Esperaba poder pasar la noche dentro de la iglesia y quizás sacar algunas fotos del amanecer, pero era consciente de lo mucho que afectaba el lugar a Steve.

-No sabía que pudieras ser supersticioso, cariño. Estas cosas no te preocupaban antes.

Él pareció avergonzado.

-Podemos quedarnos- dijo, como si no le importase.

Pero Cheryl se daba cuenta de que si le importaba.

-Es igual. Ya habrá oscurecido cuando lleguemos al bote. Podría decirse que nos hemos quedado hasta el anochecer. Es una investigación más que suficiente para este mito concreto. Además, igual podemos despertar mañana en Mikonos. Esto estaría bien.

-Sí -admitió él, sonriendo por fin-. Puedo vivir con eso.

Recogieron sus cosas e iniciaron el largo descenso desde el risco a la cala donde estaba anclado el Caribdis.

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El cielo rea de un rosa furioso, herido por manchas azules allí donde los últimos rayos de sol quemaban el océano. Cheryl y Steve ya estaban agotados cuando avistaron la cala y al barco balanceándose ante la costa.

No había luces en el Caribdis. No había luz por ninguna parte salvo la que aun quedaba en el cielo y la poca que proporcionaban las estrellas que aparecieron con el crepúsculo.

La luna apenas era una rendija en el firmamento.

Cheryl buscó en la mochila y cogió una linterna. Steve no se molestó en hacerlo; parecía estar mucho más tranquilo. De hecho, lo había estado a partir del momento en que empozaron a descender desde lo alto de la isla.

-Supongo que habrá que hacer señas a Konstantin -dijo ella.

-Unos gritos podrían ayudar, si no sirve con la linterna. No me lo imagino durmiendo. Si apenas es la hora de cenar.

Cheryl empezó a pasear el haz de la linterna encendida por el agua, salpicando una y otra vez el barco con la luz. Por un momento, Cheryl tuvo un pensamiento horrible; que el Caribdis estaba tan abandonado como la isla.

Steve gritó varias veces el nombre del capitán, pero Konstantin no apareció.

-Sigue con la luz -dijo él al poco-. Yo voy a arrastrar la chalupa hasta el agua. Podemos acercarnos con ella. Nos oirá en cuanto nos acerquemos. El agua está tranquila, no creo que haya muchas posibilidades de que nos arrastren las olas.

Cheryl no discutió, pero le tocó el turno de estar nerviosa. Steve tiró de la chalupa y la arrastró hasta la arena mientras ella movía la luz de un lado a otro sobre el agua. Estaba a punto de parar y ayudar a su marido con el bote, cuando trazó un arco descendente con el brazo y la luz de la linterna rozó algo que se movía.

En el agua.

De hecho, eran dos figuras. Dos hombres, para ser exactos, nadando desde el barco hacia la costa.

-Steve…

Él se puso a su lado, mirando al lugar donde la linterna iluminaba los dos hombres que se dirigían hacia ellos entre las olas.

-¿Konstantin? -volvió a gritar Steve.

El capitán hizo una pausa en su nadar y alzó una mano para saludarlos amablemente.

-Seguramente no ha respondido con gritos para ahorrar aliento -razonó Steve, mirando a Cheryl.

-Es posible -dijo ella dubitativa-. Pero, ¿quién diablos es el otro hombre, y por qué vienen a la costa?

Mantuvo la luz enfocada en el segundo hombre, el que no habían visto antes. Era moreno y con barba, pero apenas podía distinguir su cara con el oleaje. También era un buen nadador.

-Igual le pasa algo al barco -sugirió Steve.

El estómago le dio un vuelco a Cheryl.

-Dios, espero que no. Estamos en medio de ninguna parte. ¿Y ese tío? No ha podido nadas hasta aquí desde Creta.

-Llevamos todo el día en la isla. Konstantin ha podido zarpar y recogerlo en alguna parte.

Pero el tono de voz de Steve reveló a Cheryl que no lo creía así. Contemplaron juntos cómo se dirigían los dos hombre hacia la playa. En ese momento, Konstantin piso tierra. El agua sólo le llegaba a la altura del pecho.

-Debió de estar todo el tiempo bajo cubierta -dijo Cheryl.

-Si lo que pretendían era robarnos, hay formas más sencillas de hacerlo -comentó Steve.

Tenía razón en eso, pero no sonaba muy convencido. Cheryl tampoco lo entendía, pero había algo muy desconcertante en todo el asunto.

Steve alargó la mano y cogió uno de los remos de la chalupa. Lo sostuvo en una mano mientras los dos hombres caminaban hacia ellos por la arena, empapados en agua de mar. Sólo llevaban puestos los pantalones.

-¿Qué pasa, Konstantin? -preguntó Cheryl en griego, intentando ocultar su nerviosismo.

-¿Quién es tu amigo? -preguntó Steve al capitán del Caribdis, asintiendo en dirección al otro hombre.

El hombre hizo un gesto con la cabeza hacia el barbudo recién llegado y sonrió.

-Ephialtes -dijo.

-¿Te llamas así? -preguntó Cheryl en griego al hombre.

Por toda respuesta, Ephialtes se acercó más a Cheryl, estudiando su rostro. Alargó la mano para tocarla. Ella la apartó de un golpe y retrocedió. Ephialtes pareció furioso y fue tras ella. Steve se interpuso entre ambos, sujetando el remo ante él con las dos manos.

-Eso ha sido un error -dijo Konstantin.

En inglés.

Cheryl no sabía que el hombre pudiera hablar ese idioma.

Fue entonces cuando Ephialtes gruñó. Agarró el remo que tenía Steve, y, cuando su marido no lo soltó, el barbudo le golpeó con el dorso del puño, derribándolo al suelo. El remo cayó a la arena entre ellos. Mientras Steve se revolvía para ponerse en pie, Ephialtes cogió el remo.

Cheryl gritó cuando se dio cuenta de lo que iba a pasar. Saltó hacia Ephialtes, pero Konstantin la agarró por detrás y la sujetó. Desde donde estaba vió como Ephialtes golpeaba la cabeza de su marido con el remo. Una y otra vez. Se agrietó al tercer golpe. Se rompió al cuarto. Ephialtes no se detuvo.

El grueso palo de madera rota estaba cubierto de sangre.

Cheryl se derrumbó en la arena, aturdida. Lagrimas calientes surcaron su rostro, e hizo un esfuerzo por liberarse, pero Konstantin era un hombre de mar. Pese a ser delgado, su cuerpo estaba cubierto de músculos gruesos como cables de acero, y no pudo liberarse.

Por fin, Ephialtes dejó caer el remo en la arena. Cheryl se puso rígida porque creía saber lo que pasaría a continuación.

Pero entonces, Ephialtes se volvió hacia ella y la mujer se dio cuenta de que no tenia ni idea. El rostro del hombre era inhumano, de frente abultada y protuberante. Los ojos le brillaban amarillos en la oscuridad, y los labios se curvaban hacia atrás en un rugido que descubría unos horribles colmillos.

-Bucolac -susurró ella, y la verdad resquebrajó lo que quedaba de su mente racional.

Ephialtes hundió las rodillas en la arena situada ante ella. Konstantin la soltó, y Ephialtes la acercó hacia sí.

Por un breve instante, gritó e intentó apartarse de él, pero era todavía más fuerte que Konstantin. Había lógica en eso, se dijo mentalmente. Konstantine había capitaneado el barco. Konstantin era humano. Sujetándola con fuerza, Ephialtes hundió los colmillos en la blanda carne de su cuello y empezó a beber.

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El viento sopló intensamente entre los riscos, y las campanas resonaron con fuerza. En la oscuridad de la iglesia, el espíritu y el recuerdo, la cosa invisible e infernal que era lo único que quedaba de la hechicera vampiro Veronique se estremeció de placer.

“Por fin”, se dijo.

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-Por fin.

Los ojos de Veronique se abrieron con un parpadeo. Ahora eran sus ojos, pero apenas unas horas antes habían pertenecido a la mujer llamada Cheryl Yeates. Los restos de su persona que quedaban en su mente permitieron a Veronique asimilar mucho de lo que necesitaba saber para sobrevivir en lo que se había convertido el mundo. No sólo para sobrevivir, sino para medrar.

Por un instante te limitó a alzar la mirada hacia las estrellas, a mirar esa preciosa noche y a sentir cómo le acariciaba la piel. Era una sensación que había olvidado muchos años antes, y que ahora la llenaba de un ansia oscura.

Por fin, Veronique se fijó en las dos criaturas que tenía delante. Un vampiro y un hombre. Ambos servidores del Triunvirato. Podía sentir eso con su mera presencia.

-¿Tu nombre? -exigió al vampiro.

-Ephialtes.

Veronique sonrió.

-Un chiste excelente, joven -dijo, pues se hacía llamar por el nombre de otro griego, uno que había traicionado a los suyos muchos milenios antes. Ephialtes estuvo en el desfiladero de Termópilas, donde un puñado de espartanos contuvieron a hordas de persas durante largos días andes de perecer. El rey persa, Jerjes, que se consideraba un dios, llamaba Inmortales a los miembros de su guardia. Ephialtes había entregado su pueblo a los Inmortales, y como tales habían sido masacrados.

-Sí -repitió Veronique-. Un chiste excelente.

-Gracias, señora -él la miró fijamente-. Soy descendiente tuyo -dijo con tono reverente-. Me hizo alguien a quien tú hiciste hace mucho. Te he buscado, te he esperado. He esperado tu llamada.

-¿Y sabes por qué estoy aquí? -repuso ella, tocándole la cara.

Él asintió lentamente, con rostro radiante.

-Sí, señora.

-Excelente.

Estaba muy complacida.

Estudió un momento al humano, clavando luego la mirada en el barco y en el océano que había más allá.

-¿Cuánto tardará este bajel en llegar a Creta? -preguntó.

-Dos, puede que tres horas -respondió Ephialtes.

Mirando de nuevo al cielo, Veronique calculó que faltarían unas ocho horas para que amaneciera. Tiempo mas que sobrado para llegar a Creta y encontrar un refugio.

Lo que significaba que no necesitaban al humano.

Veronique le sonrió.

-Ven aquí -ordenó-. Ya es hora de que sirvas al Triunvirato.

Él pareció asustado y empezó a retroceder.

Pero no llegó muy lejos.

El banquete había empezado.


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2 comentarios:

A las 14 de mayo de 2008, 0:52 , Anonymous Anónimo ha dicho...

¡¡¡gracias!!!!! ¡Al fin esta novelita de Buffy para leer!!! ¡Que emocion! ¡GRACIAS BANGELITA POR EL EXCELENTE TRABAJO HECHO!!!

La traduccion del Prologo es IMPECABLE, se lo mire por donde se lo mire. Y es cierto eso q se comenta, de que en Latinoamerica ni fu ni fa con este libro... en realidad, si, se puede conseguir, pero nos matan con los precios (al menos, en donde yo vivo, por este libro te piden un ojo de la cara... no se como sera en otra partes).

Gracias por poner esta novela!!! Me gusta mas esta que la otra, pero hacen un buen trabajo de traduccion en ambas, a decir verdad.

¡¡GRACIAS!!!!

 
A las 7 de noviembre de 2008, 23:01 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Hablando de libros de Buffy, cuando podran poner el libro "Sunnydale High Yearbook" (el anuario de la promocion de Buffy) (para los que se pregunten si existe, es un conjunto de anotaciones en el anuario de Buffy lleno de saludos y ese tipo de cosas que se ponen en los anuarios).
Aunque sea en ingles (ese tipo de cosas demoran mucho y soy impaciente)
Respondan eso porfa.

 

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